Le Mot de Andrés

Como Casiopea, ella camina al revés y despacio para avanzar velozmente. Sola, también acompaña al solitario. Bajo sus puentes, reflejos cristalinos centellean mecidos por las barcas en filas. Un verano azul en los cayos me faltó conocer, cuando los ves, no son sombrero, ni culebra. Son cuerpos fósil de titánicos seres que han tragado el ancestro de los mamuts, de esos mismos que Aníbal desembarco para cruzar los Alpes, desde la Provenza. Ciudad milenaria, mezclada en sus entrañas con cada uno de sus peregrinos. De carácter fuerte y anárquico inspiras gestas y fugas ¡intimidas con tu determinación! Tus demonios nos recuerdan la personalidad múltiple de un ente creador, tanto en tus senderos del subsuelo como los de tus cerros. Tan fría, tan fría, que quemas. Tan hirviente, hirviente que desplumas vivo a cualquier gallo con ínfulas de autoridad.

Casa del loco que construye midiendo con las sombras del humano al poniente, éste, quien pretende librar del recorrer a sus habitantes que a diario prefieren caminarla. Miles de senderos que tejen tal red de un paciente pescador, un artrópodo de los mares. Una cárcel de romance y un orgullo de marinero. Una ciudad de bienvenida, diversa en sus esquinas. De hospedaje para aristas impensables, de recovecos para bohemios y juglares. La ciudad del jabón milenario, el agua blanca dulce y azul de sal. Como no anhelar otra visita, y otra más. Eres la mejor amante que sola acompaña al solitario. Solo hay que mirar a ese horizonte de vientos mistrales para recordar tu potencia y tu soberanía sobre el tiempo.
Te recuerdo cómo amante ávido por volver.

Tuyo, pero no, Andrés.

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